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Cuando se escucha hablar del abogado del diablo, probablemente se piensa que es un personaje salido de las profundidades del inframundo y que está al servicio de Satán. Aunque parezca increíble, en los albores de la consolidación de la iglesia católica, hubo funcionarios que se encargaban de investigar y husmear en la vida y milagros de los postulantes a beatos y santos de esa época, a los que el populacho los llamaban “abogados del diablo”.
En los siglos XI al XIII existían funcionarios nombrados por la iglesia católica que fungían de fiscales, estos personajes, se encargaban de investigar, evaluar, contradecir y agobiar a los postulantes para ser ungidos como santos o beatos. El “abogado del diablo”, defendía a capa y espada las virtudes que debían poseer los candidatos a santos, como un modelo digno de santidad a seguir.
El Advocatus diaboli, “abogado del diablo” en latín o también denominado promotor de la fe, era un cargo ejercitado generalmente por un clérigo, doctorado en derecho canónico, encargado como si de un fiscal se tratará. Este personaje, rebatía las pruebas en los procesos de beatificación o canonización. En los primeros siglos de la consolidación de la iglesia católica, los procesos para la canonización o beatificación eran mucho más prolongados, complicados y nada garantistas, donde la carga de la prueba la llevaba el “abogado del diablo”, prueba fundamental para elevar a los altares, a beatos y a santos.
El poder que otorgaba la iglesia al “abogado del diablo” fue enorme. En esas épocas estos personajes se convirtieron en los funcionarios más importantes y temidos de la Sagrada Congregación de Ritos. Su trabajo consistía en examinar todo lo relacionado con la vida y los hechos realizados por los aspirantes a beatos y santos. Así, el “abogado del diablo” cuestionaba los testimonios, los supuestos milagros, investigaba a los testigos y verificaba las informaciones relacionadas con el candidato, inclusive aplicaba pruebas supuestamente científicas para demostrar sus alegatos. Era realmente, una tarea ingrata y repudiada por los lugareños, que miraban con malos ojos a estos personajes que ponían trabas y entorpecían con el anhelo de la mayoría de feligreses que deseaban tener un santo patrono de su devoción, para redimir el castigo por sus pecados y suplicarle les conceda algún milagro.
Así, el “abogado del diablo”, estaba obligado a preparar por escrito, un informe con todos los argumentos en contra de la subida a los honores del altar de los muchos postulantes, porque el honor de la iglesia estaba en juego, y se tenía que evitar que alguien deshonroso reciba los honores que sería indigno a los “Preciosos ojos del Señor”. Para lo cual, la iglesia católica exigía a los postulantes a santos, que presenten por lo menos, cuatro milagros para su canonización.
Posteriormente, la oficina del “abogado del diablo”, formó parte de la Congregación para las Causas de los Santos, encargándose de la defensa de la autenticidad de las virtudes, de aquellos propuestos como modelo a seguir. El año de 1170, el papa Alejandro III emitió una bula, reservando todas las canonizaciones a la Santa Sede, dando comienzo a la canonización moderna, posteriormente se formó al interior de la iglesia, el movimiento canónico legal para la recopilación y codificación de las canonizaciones, cuyos pioneros fueron; Anselmo de Lucca en 1083, Roland Baudinelli (Alejandro III) y Graciano en 1150, quienes recibieron el nombre de decretistas.
Con el avance de las letras, el conocimiento y la ciencia, la iglesia ya no es muy exigente ni minuciosa en la evaluación de los candidatos a beatos y con el fin de alejar el proceso de canonización del sentimiento popular y otorgarle una base más firme y legal que tenga mayor credibilidad en la feligresía, exige que el candidato muestre por lo menos dos milagros, siendo sometido a una investigación a cargo de un comité, conformado por varios clérigos quienes deben de presentar sus informes respecto del postulante. Sin embargo, lo curioso del caso, radica que del año 1900 a 1978, la iglesia católica canonizó a no más de noventa santos y después de 1978, cuando se conformó el Comité Evaluador, se han canonizado a más de quinientos santos. Sin duda alguna, un record en las estadísticas de la iglesia que demostrarían que el “abogado del diablo” y/o funcionario eclesiástico, era más selectivo y minucioso, a la hora de evaluar a los candidatos a santos.